¿Queremos cambiar el país, o solo cambiar de capataz?
Sobre la tarima, Nebot se parece mucho a Rafael Correa. Detrás del escritorio, también.
Son caudillos. Explosivos, irascibles, acostumbrados a mandar con vehemencia desbordada. La palabra preferida de Nebot parece ser carajo. Se la dijo al juez Luque y se la volvió a decir a unos vigilantes de tránsito. Sí, intentaban impedir que pasen unos buses hacia Guayaquil, en los que iba gente a la marcha del 25 de junio. Sí, de seguro era un impedimento ilegal e inconstitucional, pero la llegada de ranger texano, la orden al chofer del bus de que avance —aunque los oficiales seguían delante del vehículo— me hace pensar que todo este discurso sobre la democracia, las libertades y la familia es solo una fachada. Una mascarada que busca reemplazar una prepotencia por otra. Nebot no quiere construir un país mejor, solo quiere que la finca tenga el capataz adecuado: él.
Los seguidores de Jaime Nebot son irreflexivos, tal como los fanáticos gobiernistas. Son incapaces de criticar a su líder, y creen en ese ejercicio sofista de matizar todo lo que hace, pero, en cambio, no admiten los grises en la conducta de los rivales políticos. Son, todos, incondicionales. No les avergüenzan los errores de su ídolo, los celebran. Basta leer los comentarios —las alabanzas, en realidad— en el video lamentable episodio del ven para mearte. Sospecho que es la misma gente que se indigna cuando Correa agrede de palabra a sus rivales políticos, la que se mandó a hacer camisetas con frases de ese triste momento.

Me pregunto qué pensarían los partidarios del alcalde Nebot si mañana el presidente Correa lanzara un tuit desde su cuenta promocionando el negocio de una de sus hijas, sin decir que es de ella. No soy pitonisa, pero me atrevería a decir que la rasgadura de vestiduras dejaría al Tuiter hecho hilachas. Pero si lo hace Nebot, nadie dice nada
Tampoco dicen nada sobre el financiamiento de la marcha del 25 de junio. En diario El Universo, el domingo 21, aparecía la convocatoria a la concentración junto a un escudo del Municipio de Guayaquil, ¿dónde está el límite de lo partidista y lo oficial? ¿No es lo mismo que le reprochamos a Correa cuando en campaña viajaba en los vehículos presidenciales? No hay ninguna diferencia entre ambas conductas, solo quien las realiza. Jaime Nebot tiene la complacencia de sus partidarios para todo. Me parece una dictadura del corazón.

Nebot es homofóbico y machista. Pero no hay nadie de la oposición reprochándoselo. “Con cerebro, corazón y cojones vamos a vencer”, dijo el 25 de junio. También pidió que los gobiernistas se metan un cartel por donde puedan. No hay que ser unos genios —ni nos vamos a dar de ingenuos— para saber a qué se refería. Pero en él sus seguidores no ven procacidad, sino valentía. Para remate, destruyó el poema de Almafuerte y —poeta frustrado que vive hablando en rimas— obvió en su paráfrasis mencionar a dos personajes que aparecen en el original: procede como Dios que nunca llora, o como Lucifer que nunca reza. Es probable que no lo haya hecho porque en el éxtasis retórico los olvidó o porque, como él y Rafael Correa, esos dos se parecen demasiado. En algo estoy de acuerdo con Jaime Nebot: la tortilla se viró. Los últimos sucesos me hacen creer que es muy poco probable que se apruebe la reelección indefinida o que el Presidente de la República vuelva a postularse. Creo que Alianza País llegará al 2017 a entregar un país endeudado —por el lado negativo—y con una vara de servicios públicos elevada —por el positivo—, pero sí, como dijo Nebot el 25 de junio de 2015: el país de Correa terminó. Lo que los ciudadanos sensatos, sin pasiones políticas desbordadas, debemos tener en cuenta es que el país de Jaime Nebot también debe haberse acabado, porque, como le dijo el escritor Rafael Lugo hace años, el país de Nebot parió el país de Correa. Entenderlo es un deber. En nombre de la democracia, la libertad y el verdadero progreso, hay que saber que la metamorfosis de Nebot no es más que un disfraz electorero.
Por: Cristina Vera Mendiu
(Ecuador, 1985) Iconoclasta. Becaria en tierras lejanas, amante del buen ron. Una mujer a la que le interesan más las ideas que las identidades.
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